Amor bonito

Amor bonito

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Son las diez de la noche, él aún no llega, empiezas a preocuparte porque sabes que está bebiendo, con otra mujer o solitario en alguna cantina, tan borracho que no puede ni levantarse, indefenso, propenso a que le roben. No puede pasarle algo malo, no a él, no después de tanto tiempo compartido.

Ya casi darán las doce, te manda un mensaje: «¿Está lista mi comida, mujer?» Significa que ya viene, volverá a casa, no se encuentra herido ni ha sido víctima de los bandidos nocturnos. Tu dueño está por regresar, al fin.

Faltando quince minutos para la media noche, él toca la puerta sin parar de gritar:

—¡Abre, mujer! ¡Abre, necesito comer!

Genial, está consciente y te necesita, su salvadora. Tardas un poco porque su cena no está lista, sabes que le gusta el café cargado porque reduce su resaca al día siguiente, también que su comida debe estar bien condimentada, su gusto es muy exquisito. Bajas, ansiosa porque tu «príncipe azul» te dé un beso, feliz porque regresó a ti al final del día. Se siente tan bien que te necesite.

Abres la puerta esperando su cálido abrazo, mas lo primero que ves son sus ojos enfurecidos, la mirada fija en ti, callado y tenebroso. A tu parecer muy varonil.

—¿Por qué tardaste tanto, mujer? ¿No sabes que es la rapidez? ¡Inútil! —grita mientras te agarra de los cabellos—. ¿Por qué tardaste tanto, maldita perra?

Te patea y caes al suelo, te arrastra por toda la casa mientras clamas que te suelte, que lamentas haber tardado tanto, porque sabes que es tu culpa, si no fueras tan inepta habrías terminado de cocinar a tiempo para tu gran hombre.

—¡Te voy a enseñar a respetar, perra inmunda! —te arrastra hasta su cuarto cual costal, sin importarle que te golpearas en el camino, pero te lo mereces, lo sabes. Te toma del cuello, aprieta demasiado pero puedes respirar, qué gentil, no duele tanto como la semana pasada. Te levanta aún tomada del cuello.

—¡Me la vas a pagar! —te tira al piso y comienza a patearte en el vientre y el rostro—. ¡Muere, idiota! —dice mientras sigues suplicando su perdón.

Escucha tus ruegos y para, siente compasión por un segundo pero en seguida su mirada se torna pícara. Sabes en lo que está pensando, tu hombre por fin te poseerá, que es lo único para lo que sirves. Se lo merece, después de haber tenido que esperar parado en la puerta muerto de frío, él merece que le des placer.

Se baja la bragueta, esperas ensangrentada en el suelo, ya casi sin poder abrir los ojos, pero tienes que mantenerte consciente o se irá.

 —A ver si sigues estando rica, niña bonita.

Baja y te penetra, te duele, pero es el precio que debes pagar por tu incompetencia. No repara en tu placer, se mueve bruscamente sobre ti, pero no importa, al menos está contigo, así lo harás feliz. Terminas cubierta de semen y sangre, irritada, con moretones y heridas, pero está bien, él tiene la razón. Cada vez que te pega es para que aprendas a comportarte.

Exige su comida, pero antes debes hacerle un masaje, está cansado. Te levantas con las pocas fuerzas que te quedan, tratas de masajearlo, pero no le gusta, sostiene tus manos y te dobla los dedos.

—A ver si aprendes a utilizarlos.

Lloras, pero es por tu bien, recuérdalo. Vas por su cena, se la sirves en bandeja de plata, la prueba y te escupe en la cara. Tira el plato, te observa con repulsión, maldita sea, la fregaste de nuevo, ¿cómo puede aguantarte tanto?

Coge sus cosas, está dispuesto a irse. ¿Ves? ¡Es tu culpa! ¿Por qué lo trataste así? Seguro tu dolor se hizo notorio mientras te violaba, o faltaba un poco de sal en su plato. De cualquier modo, sabes que eres inservible.

—¡No, no te vayas! Haré todo bien, pero ¡no me dejes! Quédate conmigo, ¡por favor! —ruegas, te arrodillas en el piso manchado por tu propia sangre, clamas su misericordia esperando te haga caso. No cede, está por cruzar la puerta, pero recuerdas que la última vez se quedó cuando lamiste la suela de sus zapatos. ¡Claro, eso es!

—¡No, amor, no te vayas! —te interpones entre la salida y él—. Mira, soy tu perrita, ¿recuerdas?

Usas la táctica empleada con anterioridad, pero esta vez ladras, cumples su fantasía de amo, de señor, tú eres su perra, su propiedad.

—¡¿Qué haces, enferma?! —te aparta de una patada—. ¿Es que no has aprendido a comportarte?

Claro, si sigue golpeándote no se irá.

—¡No! ¡Aún no aprendí! ¡Quédate y así podrás enseñarme!

Lo observas desde el suelo suplicando por sus golpes, se ríe y cede, lo conseguiste. Buena chica.

En esta oportunidad lograste que se quede un mes, rompiste tu récord, no has visto la luz del sol por días. Tu sexo se encuentra herido, las llagas ocasionadas arden, te da asco ver en qué convertiste tu cuerpo, pero está bien, es un riesgo que decidiste tomar por él, por tu verdadero amor.

Tratas de levantarte de la cama para poder hacerte de desayunar, almorzar o cenar, no lo sabes, no tienes conciencia de las horas, el tiempo pasa volando a su lado. Tus piernas no se mueven, tus brazos ensangrentados no pueden servirte de apoyo, tu espalda cubierta de latigazos quema, todo en ti está desecho, por eso se fue, porque no aguantaste más, es culpa tuya otra vez. Lloras desconsoladamente porque te dejó, no puede ser posible que seas tan frágil.

Pasan las horas, no vuelve, mandas un mensaje preguntando por él, no contesta, ¿Se ha olvidado de ti? Quince minutos después escuchas sus gritos clamando que abras la puerta. Logras sentarte en la cama, tratas de caminar pero caes y decides arrastrarte. Tu amor ha llegado, no debes demorar mucho. Te arrastras por el camino trazado por tu propia sangre durante estos treinta días, ves los recuerdos pasar, has sido muy feliz a su lado. Sigues arrastrándote, estás por llegar a la puerta, ¡Sólo un poco más! Estás cansada y duele, pero tu hombre está a escasos centímetros, toca y toca desenfrenadamente. Llegas a la puerta, la perilla está muy alta, tus piernas no ceden.

—¡Espera! ¡No te vayas! —suplicas mientras escuchas sus pasos alejarse—. ¡No te vayas! ¡Por favor! ¡No te vayas! ¡Aquí está tu puta! Puedes hacerme lo que quieras, ¡pero no te vayas! ¡No te vayas! ¡Por favor! ¡No me dejes! ¡Lo siento!

Caes rendida, fue un mes muy duro, nadie te culpa. Duermes apaciblemente, la calma regresa a ti.

El amor de tu vida se fue, el hombre al que amas, también.

Adriana Ilasaca

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