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| Fotografía por Dmitry Berdnik |
Exactamente son las 12:11 a. m. y el insomnio toca a mi puerta una vez más. Pero en esta ocasión mis letras no serán destinadas a la imaginación de un amor de sueños o parecidas a una historia de novela. Esta vez vuelvo a escribirle a quien me ha otorgado pequeños pero significativos momentos de alegría; que bien aún siendo efímeros son bellos porque son estando a su lado. Te pienso y se me hace tan fluido escribirte palabras y letras en torno a ti, mis manos no se detienen y sencillamente van plasmando y describiendo a aquella dama sin igual que ocasiona un revuelco masivo de felicidad sobre mi ser. Esa mujer tan vulnerable, sumisa y frágil; pero a su vez tan llena de seguridad y firmeza en sus palabras. No sé en qué momento ella llegó, tal vez entró por la puerta de atrás sin avisar, no lo sé; pero ahora, en este preciso instante, afirmo que ha llegado para quedarse en mi vida y no irse jamás. Siento que todo esto ha sido un complot entre la vida y el destino, pues bien tú has llegado para demostrarme que existe luz al final del túnel, para confirmar que existe la amistad con todo y sus siete letras en mayúsculas, para irme mostrando que aún queda esperanza en este presente lleno de hipocresía y falsedad. Y bien sé que sólo me has mostrado la punta del iceberg, aún me queda conocer muchas de tus historias, lo puedo adivinar en cada una de tus pecas. Y qué hablar sobre ese brillo en tu mirada que deja opaco el destello del sol; aquel que permite que mi mundo se paralice para no dejar de contemplarlo. Me he mostrado ante ti lo más invisible posible. Te he contado mis miedos, has descubierto mis debilidades y fallos; sin embargo sigues allí, presente en cada escena de mi vida. Tú con tus manías amigables has sabido ganarte cada pieza de mi ser y me atrevo a decir que me complementas. Sí, no exagero. Y tan sólo me basta con tener al menos diez minutos de tu tiempo, pues estando a tu lado parecen eternos...
Ángel Gabriel
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