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No puedes describir cómo se siente un corazón roto hasta que lo vives en carne viva.
El rechazo: en primer lugar, sintiendo cada latido como si fuera el último, respirando con una dificultad que se siente en las entrañas. Se coge de los costados y rasga, rasga y no deja de doler por más que uno intente disimular todo el sufrimiento.
Los gritos a voces calladas: gritándole al mundo que la vida se te está yendo de las manos, que lo que más te ha importado, en un soplido se desprende de los dedos como polvo de estrellas.
Las lágrimas: arden en los ojos, el nudo en la garganta grita por salir a borbotones, y no se pueden parar hasta que todos tus huesos se han quebrado.
Las canciones que no dejan de repetirme que fuimos un pecado compartido, que ojalá nunca te arrepientas de haber sucedido, a pesar de haber sido un error.
No puedo describir el corazón roto hasta ahora que lo estoy viviendo, el dolor en la mano, su nombre en los labios, los suspiros quejumbrosos, las cicatrices que estoy segura que durarán una eternidad, la herida que nunca llegará a cerrarse si no la besas. Así que, adiós, amor.
Me despido aquí.
Tal vez nunca vuelva a escuchar tu voz, y quizá cada vez que te vea será un sinfín de dolores sin cesar, tal vez el amor toque mi ventana algún día, recordándome que no se sangra tanto.
Pero, hasta entonces, hasta luego, cielo.
Siempre dolerás, en un espacio que te tengo reservado a lado de mis costuras, con mis canciones que duelen sólo en estas situaciones, en el «quédate» que no me atreveré a decir, y en los «te quiero» que guardaré por si regresas.
Paulina Mora
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